Existe un forma interesante de reflexionar sobre la historia, y es a través de la narración histórica, hay muchos detalles que podemos descubrir como el vestuario, las costumbres, los valores, la comida y los detalles de la vida cotidiana cuando nos sumergimos en una historia ficticia pero que cuida el ambiente histórico con presición.
Te invito a leer este cuento y a imaginarte la vida de esta familia de la clase alta, a dos años de la presidencia de Porfirio Díaz.
Coronel
Domingo por la mañana
La historia comienza en la vida de una
familia noble, de México en 1886…
E |
ra
domingo por la mañana, y el ritual comenzaba, nana Josefa una estricta, pero
muy amorosa mestiza con largas trenzas y voz de mando, llegaba a mi habitación,
separaba las cortinas y sin decir nada, abría mi baúl y sacaba mi vestido de
domingo, lo colocaba sobre la silla junto a mis
tocados y con él, mis guantes, las zapatillas de punta, escogía listones
y preparaba mi corsé, era el primer año que lo usaba, ya había sido presentada
en sociedad, así que se esperaba que luciera como una dama.
A
veces para que mi vestido blanco luciera diferente buscaba entre mis sedas una
que se distinguiera. De la cocina llegaba el aroma del café molido y del pan
recién horneado, mi madre había contratado a una cocinera que sabía hacer pan
al estilo francés, que mi padre declaraba era lo mejor que había dejado
Maximiliano.
Entonces
sabía que era inevitable, había que levantarse, tenía mucha hambre y era preferible
ir a misa con el estómago lleno, así que con muy poco entusiasmo, con la meta
de llegar por el pan y la mantequilla, dejaba la cama y comenzaba a colocar
cada capa de tela que mi cuerpo llevaría el resto del día.
Josefa
no tenía piedad con el corsé que apretaba hasta la última agujeta, luego tomaba
el cepillo y peinaba mi cabello, adoraba esa parte de la liturgia dominguera,
porque nunca me peinaba igual, soltaba mis horquillas y lograba hacer que mi
larga cabellera terminara en una elegante cascada, adornada con listones de
colores.
Todos se apresuraban, se escuchaban los caballos que relinchaban, mientras les colocaban los arneses para disponer el carruaje. Sin temor a manchar mi vestido atravesé corriendo el patio hasta la cocina, quería ver lo que había para almorzar, el olor era maravilloso, Encarnación que había trabajado en casa de aristócratas franceses había preparado el platillo favorito de papá, ¡crepas de huitlacoche!, me escabullí entre la servidumbre y estiré la mano para tomar una, cuando sentí la cuchara y la mirada desafiante de Inés, -Señorita Marina, todavía no están en la mesa-, para después sonreírme y acercarme la canasta, - vaya a la mesa señorita Marina, su padre ya está esperándole, pero termine esto antes de llegar a saludarlo-. Con una sonrisa y la boca llena corrí al comedor.
Mi padre el coronel
M |
i
padre era un hombre muy especial, había nacido en una familia de clase noble, criollo
y militar retirado, un hombre valiente a quien llamaban “coronel”, dependiente de un bastón que usaba con
elegancia por una herida que sufrió al caerse del caballo, su mundo giraba
alrededor de libros y reuniones en el Jockey Club, que eran un misterio para mí,
hombres que pasaban las tardes hablando de política, discutiendo a Voltaire y a Moliere, fumando
pipas, e intentando pacificar a liberales y conservadores que usualmente no
perdían ocasión para levantar la voz.
Mi
madre llamó a la mesa, ayudé a mi hermano Efraín a sentarse correctamente, no
quería que hoy le llamaran la atención, deseaba que llegaramos a misa de las
doce sin incidentes, coloqué su servilleta sobre su regazo y le hice una seña
para que bajara los codos de la mesa, mamá era muy estricta con los modales en
la mesa, decía que “la gente decente tenía libros en la cabeza, música en las
manos y modales delicados en la mesa”.
Papá
hojeaba “La Crónica” el único periódico que se permitía leer en la casa, y
mientras disfrutábamos del almuerzo, escuchamos a papá suspirar, y luego
declarar con melancolía: “a las elecciones les faltan integridad”, -de eso
siempre se quejan los diputados que no han salido-, mamá lo conocía bien, y con
franca discreción quiso cambiar la conversación, -¿Has visto cómo han iluminado
los edificios? ¡Están bellísimos! Parece un paseo veneciano en día de gala.
Entonces
Efraín que parece que nunca atiende nada, pero en realidad todo lo piensa, lo
mira con curiosidad y siempre quiere saberlo todo, le pregunta a papá: -¿Por
qué se adornan las casas el 14 de julio?- Mi padre sin dudar, cierra el
periódico y le explica a mi hermano de 8 años, -porque se celebra el triunfo de
la libertad niño precoz, o como dicen los franceses “Ienfant terrible”- Efraín
entonces añade ¿Y qué es la libertad? Mi padre que nunca despreciaba una pregunta,
bebió un sorbo de su café, cruzó la
pierna y de forma muy seria le explicó, -es el abatimiento de los tiranos- mi hermano lo miró detenidamente, y volvió a preguntar:
-¿Y quiénes son los tiranos? – Mi padre sabiendo que debía cerrar el
cuestionario con una respuesta definitiva, se inclinó hacia mi pequeño hermano
y le dijo mirándolo a los ojos: - los que niegan la legítima satisfacción de
dejar hacer a cada uno su voluntad-.
Efraín
se quedó pensativo, y guardó silencio por un momento, mi padre satisfecho por
su respuesta volvió a su periódico, entonces mi pequeño e ingenuo hermano replicó
–¡Papá! entonces usted es un tirano, porque nunca nos deja a Marina y a mí
hacer lo que queremos-.
Mamá
y yo contuvimos la respiración, tragué el pedazo de pan con mantequilla y sentí
como se deslizaba por mi garganta, cuando escuchamos aliviadas la carcajada de
papá, entonces respiramos otra vez y reímos con él, el niño precoz, había hecho
sonreír a papá, porque en el fondo el coronel sabía que tenía razón.
Papá
pidió el carruaje y todos nos dispusimos a subir, la puerta de cada carruaje
estaba adornada con el escudo heráldico de la familia, yo los miraba con atención, porque así podía saber
quienes llegaban a misa, algunos carruajes llevaban dos mozos, a algunas
familias les gustaba que uno guiara los caballos y otro extendiera la mano a
sus ocupantes.
Llegamos a la iglesia y como era costumbre una fila de “léperos” estaban sentados en las banquetas y observaban entretenidos como descendíamos de los carruajes, el pueblo tiene sus propias diversiones, y una de ellas era mirar a la gente rica y sus vestidos de bengalina. Mamá nos obligaba a sentarnos muy adelante para forzarnos a no distraernos, yo sabía que al final nos preguntaría sobre la lectura en latín del pasaje de las Escrituras del día, y el latín no es lo que prefiero aprender, así que no podía distraerme con los jóvenes que pasaban a mi lado, lanzando miradas pretendiendo hacerme sonrojar. De vez en cuando echaba un vistazo a las plumas y a los sombreros, a los militares uniformados, a los mestizos y a la gente común, que por un momento, ese día de la semana todos juntos, podíamos compartir la hostia y la fe en el Cristo de la cruz, sin importar la cuna de donde procedíamos.
El día de los valientes
E |
se
día no terminaría como de costumbre, camino a casa, una ola de humo inundó el
carruaje, papá se asomó por la ventana y miró el taller de encuadernación en
llamas, papá conocía bien el lugar y a su dueño, allí encargaba sus libros de
cuentas, sin pensarlo le gritó al cochero -¡José, detente!- impetuosamente el
chofer obedeció y jaló las riendas, nos sacudimos dentro de la carreta hasta
que se detuvo. Papá abrió la puerta, dio un saltó y cojeando corrió hacia el
local que humeaba, Don Lupe y su esposa
estaban afuera, tosiendo y con los ojos llorosos, papá lo miró y les preguntó
si estaban bien, y doña Elia le respondió –nuestro hijo, Alfonso no ha salido,
quiso salvar la caja de ahorros-
El
coronel, sin titubear caminó hacia el taller, mamá le gritó sin obtener
respuesta, después de unos minutos que parecieron una eternidad, mi padre el
valiente coronel sacaba en brazos a Alfonso un joven de 14 años con el cofre de
ahorros de su padre en las manos.
Nunca
olvidaré esa escena, un militar condecorado, dispuesto a dar la vida por un
joven desconocido, y ese joven dispuesto a dar la vida para salvar los ahorros
de su familia.
Los
médicos dijeron que Alfonso no volvería a caminar por las heridas, por varios
meses acompañé a papá al hospital, luego empecé a ir por mi cuenta, le leía
libros y nos hicimos amigos.
Mi
padre desarrolló una estrecha relación con don Lupe y su familia, y el acto
heroico de su hijo Alfonso, le movió a ayudarlo, pagó sus gastos médicos y le
dio el mejor regalo que un hombre puede recibir: Educación.
Alfonso
se graduó como abogado y visitaba a papá todos los viernes, agradecido por la
ayuda que recibió le llevaba libros y tabaco, y pasaban largas horas hablando de
historia, de arte y política.
Diez
años después de ese desafortunado accidente estoy atravesando el pasillo con
papá, hace 10 años él sacó a un niño de 14 años de su casa engullida por el
fuego. Los médicos dijeron que nunca volvería a caminar. Hoy miro a ese joven
que desafió todos los obstáculos, se escabulló en la alta sociedad y lo observo
sonriendo, de pie, en el altar, esperando pacientemente colocar un anillo en mi
dedo.
Bibliografía
Mexicana Repositorio del
Patrimonio Cultural de México. (2020). Recuperado el 14 de 11 de 2020, de Moda en
México a finales del siglo XIX:
https://mexicana.cultura.gob.mx/es/repositorio/x2acnp2f9p-6
Beauty, F. (13 de 12 de
2019). Peinados al estilo siglo XIX. Obtenido de
https://foras-beauty.ru/es/zdorove/pricheski-v-stile-xix-veka-idei-i-sovety-po-oformleniyu-kak/
Bowman, P. B. (2017). Los
nombres de pila en México desde 1540 hasta 1950. Recuperado el 20 de
Noviembre de 2020, de
file:///C:/Users/Servidor/Downloads/437-Texto%20del%20art%C3%ADculo-437-2-10-20170321.pdf
Canovas, A. C. (1985). Historia
social y económica de México 1521 1854. México: Trillas.
Caravelle. (1998). Burguesía
Mexicana y Delicias Culinarias a finales del Siglo XIX. Toulouse: Cahiers
du monde hispanique et luso-brésilien.
Krauze, E. (1987). Místico de la autoridad:
Porfirio Díaz. México: Biografía del poder: Fondo de Cultura Económica.
Mendoza, M. T. (3 de
Julio de 2015). El Claustro. Recuperado el 15 de Noviembre de 2020, de
Un sueño, un imperio. La cocina durante la estancia de Maximiliano y Carlota en
México: www.claustronomia.mx
Pablo Escalante Gonzalbo,
Bernardo García Martínes, Luis jáuregui. (2004). Nueva historia mínima de
México. México: El Colegio de México.
Rabiela, H. D. (1985). El
empleo en la ciudad de México a fines del siglo XIX. Secuencia, 37-48.
Romanticismo, M. d.
(2020). La moda femenina durante el siglo XIX. Madrid: Gobierno España.
Toscano, V. Z. (2016). El
destino de la nobleza Novohispana en el siglo XIX. Scielo, 1789-1815.
Valdez, R. g. (17 de 07
de 1886). Crónica Mexicana. La Crónica, pág. 2.